De noches, mientras mi cabeza busca reposo en la almohada, te metes
entre mis sabanas, introduces tu aliento bajo mi piel. Puedo sentir el abrazo
corrosivo, mas no puedo despertar de la
lejanía donde me encuentro.
Amanezco gélida, gris, deseosa de morir, de seguir aferrada a la
oscuridad, como cuál mañana de invierno.
Estas aquí a mi lado, tus labios cerrados dicen más que tu mirada
distante. Tu cuerpo quieto, calmo aparentemente, guarda la furia de Poseidón y la venganza de Ares. Lo entiendo, me hago
parte.
La amargura me hace suya, el desconsuelo me penetra hasta dejarme
satisfecha de insatisfacción. La angustia me besa para silenciarme, flagelándome,
desgarrándome a pedazos. Ya no soy yo, ahora soy aquella que pertenece al
dolor, al más hondo sufrimiento, y en el me sumerjo en busca de redención.
“No deseo dejar de sufrir” dijo
Hesse “Solo sufrir menos miserablemente”
En la agonía me siento viva, en la tristeza puedo hallar la belleza. No
tengo temor, pues desfallecer es el modo que he encontrado para renacer.
Una y otra vez, hasta que este cuerpo débil me abandone y pueda volar
sin forma, sentido ni color.
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