lunes, 8 de octubre de 2012

... Desde que puse los pies sobre la tierra, quise impulsarme con ellos al cielo. Miraba afanada las estrellas, queriendo unirme a su luz tintineante, y flotar como ellas, en aquel lago negro de asteroides orbitantes... De un salto pude tocar las ramas más altas y saborear el fruto jugoso, perteneciente a las aves. De un salto, caí a un pozo profundo, del cual solo pude salir arañando la piedra. De un salto hice trizas mis piernas, y ahora el vuelo es solo un sueño lejano, un recuerdo almacenado...

... Cuando no pude saltar, pose mi cara donde las raíces gobiernan, y mi oído aguzó el sonido de aquel retumbar ancestral, que hemos ido olvidando... Apoye mis manos sobre el vientre de los gusanos, y los sentí recorrer mi piel, como jamás otro humano pudo hacer. Cada poro fue acariciado por la lluvia, cubierto por el barro... Me sentí tan sola, como amada, en aquella inmensidad poblada de vida. Tuve miedo de quedarme, tuve miedo de huir. El miedo me miró a los ojos, y yo no pude reír...

... En silencio. En un mutismo que incita al delirio, procuré mantenerme a salvo del yo mismo; del autismo que encierra el ego, del ácido de la autocompasión, que carcome el apetito de sentirse vivo...

... En completa afonía descubrí el placer de ser substancia insostenible en el paso del tiempo, de ser materia des-materializándose, fundiéndose en los sueños de cráneos ajenos. De ser una cosa y luego otra, de saberme aire o quizás acero, morir a carcajadas o tal ves, agonizar en desconsuelo...

... De un salto, subí a la rama más alta, y cave mi nido en sus entrañas, acurruque mi pecho en la corteza, y deje que el miedo me cobijara. El latido del árbol corazón atronaba claro, diciéndome al oído: Hay que confiar en la sabiduría de la metamorfosis ...

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